Hoy quería contar una sensación que llevo teniendo desde hace años. Se trata de nuevos grupos de rol con los que quedo presencialmente (en ese intuido lugar de contenido sensorial que entendemos como “realidad”). También ocurre con personas que se incorporan al grupo habitual y situaciones similares en las que la gente no se conoce demasiado.
Estoy seguro de que entre grupos virtuales por videoconferencia también sucederá, pero en ese caso quien organiza la partida suele ser el que va a dirigir y los jugadores lo aceptan. En cuanto los grupos cobran continuidad habrá gente que levantará la mano expresando su deseo de dirigir.
Una opción en ese caso es rotar de director de juego, pero no todos quieren ser jugadores durante mucho tiempo. Habrá algunos que querrán ser directores de juego siempre o casi siempre, lo digan abiertamente o no.
Si el grupo ya estaba formado va a ser difícil dirigir nada más llegar. A lo mejor después de un tiempo siendo habitual y con cierta confianza podremos hacer un “try” y a ver si les gusta nuestra dirección.
El director o directores de juego habituales estarán con ojo crítico porque no querrán que los destronen. Si el grupo se forma junto con nosotros suele ser el precursor de su creación el que dirige.
El fenómeno de “yo lo haría mejor” sucede porque en el rol convencional solo puede haber un director. Por tanto, si dirige otro siempre buscaremos una justificación para pensar que nosotros merecemos más dirigir.
Pienso que un jugador de rol completo no lo es hasta que no se sienta cómodo tanto jugando como dirigiendo. Jugar como jugador o como director no es tanto una diferencia de complejidad sino de cualidad: el jugador es un solucionador de problemas, un planeador que debe pensar su curso de acción y proyectarse sobre motivaciones que no son las suyas.
Debe de decidir el rumbo filtrándose a través de su personaje. El director de juego es más bien alguien que juega a reaccionar y a ver qué sucederá; provee a los jugadores de estímulos que los mantengan activos y se deleita a través de la experiencia de los demás.
Querer ser director de juego para ser el centro de atención y satisfacer nuestro ego “creador” puede ser una motivación menor. Pero cuando se torna el centro de nuestras prioridades artísticas como roleros, no podremos sostenerlo demasiado tiempo sin ser superados por aquellos cuyas inquietudes artísticas van más allá de “ser aplaudidos”.
Al fin y al cabo y en mi opinión, la dirección de juegos de rol es una forma de expresión artística. Esta expresión genera una satisfacción más sutil que la comida o el sexo, es más bien intelectual o espiritual.
O en su forma más simple, la mera diversión y alegría de presentar un mundo que cautive y enganche a los que nos escuchan, sin que éstos tengan que alabar necesariamente nuestra habilidad y talento.
El caso es que si nos centramos en estas dos motivaciones (la expresión artística y la diversión de los demás) nos centraremos también en aprender (para así dar cada vez más profundidad a la experiencia). Esta voluntad de aprendizaje será la que nos haga aprovechar aquellas oportunidades en las que no podemos dirigir y así aprender de otros directores de juego.
Confío en que siempre hay algo que aprender de otros directores, aunque sea de manera negativa (lo que no nos gusta). Al mismo tiempo, ser jugador nos ayudará a entender qué necesidades tenemos como jugadores y poder proveerlas cuando seamos directores de juego.
Por ello pienso que no deberíamos de desaprovechar las situaciones en las que nos ofrecen ser jugadores. La forma en la que podemos encontrar un grupo en el que quieran que dirijamos regularmente es simplemente encontrar a aquella gente que le gusta más jugar que dirigir (que las hay), o en directores de juego que simpaticen con el aprendizaje y no les importe estar temporadas jugando y no dirigiendo.
Como conclusión cabría decir que la humildad es una virtud imprescindible para el aprendizaje. Perseguir la maestría o grandeza no es algo reprobable, pero creerse poseedor de ella es arrogancia e incluso estupidez.
De hecho no es nada práctico, porque creeremos que somos algo que no somos y tarde o temprano despertaremos y caeremos: nos dolerá, sufriremos, por no querer ver la verdad; habremos construido sobre una mentira y habrá que derribar el edificio.
Opino que tenemos que quitarnos de la cabeza que en un grupo debería de dirigir el mejor, pues dirigir es una gran parte de la diversión rolera y todo el mundo tiene derecho a disfrutarla.
Si nos sentimos incómodos siendo jugadores y solo queremos dirigir tendremos más problemas que si solo queremos ser jugadores (cuestión de números). Para solucionar el problema de ser director eterno, repito, solo nos quedará encontrar gente que solo quiera jugar.
A su vez, calificar nuestra dirección como mejor, así en general, suele ser algo muy impreciso. A lo mejor nosotros somos mejores improvisando, expresando sentimientos creíbles o pensamientos originales; mientras que él o ella es mejor eligiendo la música, mostrando un mundo racional, o sus giros de “guión” son más sorprendentes y emocionantes.
Existen cualidades cuya aplicación objetiva da resultados mejores, no cabe duda, pero nunca en general. Lo que sucede en este caso es que creemos que ciertas facultades de dirección son las únicas valiosas, y las que no poseemos son meramente accesorias: algo en lo que discrepo decididamente.
El deseo de ser mejor no tiene por qué ser solo cuestión de imagen o prestigio. Creo que el hecho de hacerlo cada vez mejor provoca que la experiencia mejore cada vez más. Esto es sin duda algo que el rol puede ofrecer, ya que tiene una basta profundidad. Esta experiencia es algo que en mi opinión merece la pena perseguir.